
Según Benedicto XVI, lo que se produce en el Bautismo es la unión “de modo profundo y para siempre con Jesús”.
Al ser bautizados, indicó Benedicto XVI, los cristianos estamos “inmersos” en la muerte de Jesús, “que es fuente de vida, para participar en su resurrección, para renacer a una vida nueva”.
“He aquí el prodigio que hoy se repite también al recibir el Bautismo renacemos como hijos de Dios, partícipes de la relación filial que Jesús tiene con el Padre, capaces de dirigirse a Dios llamándolo con plena confidencia y confianza: ‘Abbá, Padre’”.
Insertados en esta relación y liberados del pecado original, nos convertimos en miembros vivos del único cuerpo que es la Iglesia y capaces de vivir en plenitud su vocación a la santidad, de modo que podemos heredar la vida eterna, obtenida gracias a la resurrección de Jesús”.
“En el sacramento del Bautismo se manifiesta, en efecto, la presencia viva y operante del Espíritu Santo que, enriqueciendo a la Iglesia con nuevos hijos, la vivifica y la hace crecer, y por esto no podemos dejar de alegrarnos”.
Jesús muestra la vía de abajamiento y de humildad, que el Hijo de Dios ha elegido libremente para adherir al designio del Padre, para ser obediente a su voluntad de amor hacia el hombre en todo, hasta el sacrificio en la cruz. Una vez adulto, Jesús da inicio a su ministerio público yendo al río Jordán para recibir de Juan un bautismo de penitencia y de conversión. Sucede lo que a nuestros ojos podría parecer paradójico”.
“¿Jesús tiene necesidad de penitencia y conversión? Ciertamente no. Y sin embargo, precisamente Aquel que carece de pecado, se pone entre los pecadores para hacerse bautizar, para cumplir este gesto de penitencia; el Santo de Dios se une a cuantos se reconocen necesitados de perdón y piden a Dios el don de la conversión, es decir la gracia de volver a Él con todo el corazón, para ser totalmente suyo”.












