Teresa de Lisieux

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«Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra»

 

Primera fotografía de Teresa de Lisieux a los 3 años

Hoy, 1 de octubre, celebramos Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz  nació el 2 de enero de 1873 en Alenzón, Normandía y Dios la llamó a la Vida el 30 de septiembre de 1897 en  Lisieux, Normandía. Fue una religiosa carmelita descalza francesa declarada santa en 1925 y proclamada Doctora de la Iglesia en 1997 por San Juan Pablo II.  El 8 de mayo de 1884, Teresa hizo su primera comunión en la iglesia del colegio de las Benedictinas en Lisieux. Describiría a la perfección la intensidad de este primer encuentro místico: «¡Ah! Ese fue el primer beso de Jesús en mi alma … Fue un beso de amor, me sentí amada, y le dije también: «Te amo, me entrego a ti para siempre. No hubo demandas, no hay luchas, sacrificios; hace mucho tiempo, Jesús y Teresita se habían mirado pobres y se habían entendido.”  El 14 de junio de 1884 es confirmada y se deja maravillar por este «Sacramento de Amor«, que, ella está segura, le dará la “fuerza para sufrir«.  Teresa sufrió la tentación de los escrupulos y encontró la solución  cuando empieza a rezar espontáneamente a sus cuatro hermanos que murieron siendo aun muy pequeños (María Helena, José Luis, José Juan Bautista y María Melania Teresa); Ella les habla con sencillez, para pedirles que intercedan por la paz para su alma. La respuesta fue inmediata y se siente definitivamente calmada, ella diría después: «me di cuenta de que si era amada en la tierra, también lo era e

Última fotografía de la santa antes de ingresar al Carmelo de Lisieux a los 15 años.

n el cielo.”

Uno de los episodios más recordados en su vida fue el de la gran conversión de la Navidad de 1886. Ella explica el misterio de esta maravillosa conversión en sus escritos. Hablando de Jesús decía: «Esa noche fue cuando Él se hizo débil y sufriente por mi amor, y me hizo fuerte y valiente.» Luego descubre la alegría de olvidarse de sí misma y añade: “Sentí, en una palabra, que la caridad entraba en mi corazón, la necesidad de que me olvide de buscar agradar, y desde entonces yo fui feliz.» De repente, queda libre de los defectos e imperfecciones de su infancia, como su tremenda sensibilidad. Con esta gracia del Niño Jesús, que nacía esa noche, encontró «la fortaleza que había perdido» cuando su madre murió. Ella la llama la «noche de mi conversión» y escribió: «Desde esa noche bendita, ya no fui derrotada en ningún combate, en lugar de eso fui de victoria en victoria y comencé, por así decirlo, una carrera de gigantes.«

 

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De sus escritos

Ms C F.2vº- F.3rº Capítulo X. La prueba de la fe

 

Usted, Madre, sabe bien que yo siempre he deseado ser santa. Pero, ¡ay!, cuando me comparo con los santos, siempre constato que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cumbre se pierde en el cielo y el oscuro grano que los caminantes pisan al andar. Pero en vez de desanimarme, me he dicho a mí misma: Dios no puede inspirar deseos irrealizables; por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible; tendré que soportarme tal cual soy, con todas mis imperfecciones. Pero quiero buscar la forma de ir al cielo por un caminito muy recto y muy corto, por un caminito totalmente nuevo.

Modelo del estandarte utilizado durante su Canonización en 1925.

Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente.
Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí (Prov 9,4). Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el que pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré (Is 66,12-13). Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma
¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más”. Santa Teresita de Lisieux.

Cine

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