San Marcos (16,15-20):
En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: «ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer será condenado. A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en m¡ nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos.»
Después de hablarles, el Señor Jesús subió al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a pregonar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.
Meditación del Papa Francisco
Al celebrar la canonización de un gran misionero del Evangelio, san José Vaz, al igual que muchos misioneros en la historia de la Iglesia, él respondió al mandato del Señor resucitado de hacer discípulos en todas las naciones. Con sus palabras, pero más aún, con el ejemplo de su vida, ha llevado al pueblo de este país a la fe que nos hace partícipes de “la herencia de los santos”. […]
San José Vaz nos da un ejemplo de celo misionero. A pesar de que llegó a Ceilán para ayudar y apoyar a la comunidad católica, en su caridad evangélica llegó a todos. Dejando atrás su hogar, su familia, la comodidad de su entorno familiar, respondió a la llamada a salir, a hablar de Cristo dondequiera que fuera. San José Vaz sabía cómo presentar la verdad y la belleza del Evangelio en un contexto multireligioso, con respeto, dedicación, perseverancia y humildad. Éste es también hoy el camino para los que siguen a Jesús. Estamos llamados a salir con el mismo celo, el mismo ardor, de san José Vaz, pero también con su sensibilidad, su respeto por los demás, su deseo de compartir con ellos esa palabra de gracia, que tiene el poder de edificarles. Estamos llamados a ser discípulos misioneros. (Homilía de S.S. Francisco, 14 de enero de 2015).
Un viejo relato de la Ascensión recogido en los Hechos de los Apóstoles termina con un episodio muy significativo. Los discípulos quedan con la mirada fija en el cielo donde ha desaparecido el Señor. Entonces se presentan dos varones vestidos de blanco que les dicen: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?».
Probablemente, el relato trata de corregir la actitud equivocada de algunos creyentes. No es el momento de permanecer pasivos mirando al cielo, sino de comprometerse activamente n la construcción del reino de Dios, con la esperanza puesta en el Señor que un día volverá.
A los cristianos se nos ha acusado muchas veces, y con razón, de estar demasiado atentos al cielo futuro, y poco comprometidos en la tierra presente.
Hoy quizás las cosas han cambiado. No sabría decir si acertamos a comprometernos más responsablemente en la construcción de un mundo más humano. Pero, ciertamente, son bastantes los cristianos que han dejado de mirar al cielo.
Las consecuencias pueden ser graves. Olvidar el cielo no conduce automáticamente a preocuparse con mayor responsabilidad de la tierra. Ignorar al Dios que nos espera y nos acompaña hacia la meta final, no da una mayor eficacia a nuestra acción social y politica. No recordar nunca la felicidad a la que estamos llamados, no acrecienta nuestra fuerza para el compromiso diario.
Por otra parte, obsesionados por el logro inmediato de bienestar, atraídos por pequeñas y variadas esperanzas, atrapados en la rueda del trabajo y el consumo, quizás necesitamos que alguien nos grite: «Creyentes, ¿qué hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?».
Los hombres hemos acortado demasiado el horizonte de nuestra vida. Nos contentamos con esperanzas demasiado pequeñas. Se diría que hemos perdido el anhelo de lo infinito.
No se trata de elevar nuestra mirada hacia un cielo salido de las manos del Creador como un acto de «magia divina», sino de descubrir que Dios es Alguien que está llevando a su plenitud todo el deseo de vida y felicidad que se encierra en la creación y en la historia de los hombres.
Creer en el cielo es recordar que los hombres no podemos dar- nos todo lo que andamos buscando. Y, al mismo tiempo, creer que nuestros esfuerzos de crecimiento y búsqueda de una tierra más humana no se perderán en el vacío. Porque al final de la vida no nos encontraremos sólo con los logros de nuestro trabajo sino con el regalo del amor de Dios.
José Antonio Pagola