San Juan (6, 41-52)
En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho «yo soy el pan bajado del cielo», y decían:
–¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
Jesús tomó la palabra y les dijo:
–No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo trae el Padre que me ha enviado.
Y yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios».
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí.
No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ése ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
Aprender de Dios
En un episodio referido sólo por el cuarto evangelista, Jesús se defiende de las críticas que se le hacen con estas palabras: «Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí», y cita una frase que se puede leer en el libro de Isaías: «Serán todos discípulos de Dios».
La idea de «aprender de Dios» y ser como es él estaba muy enraizada en Israel. De hecho, esta exigencia radical estaba formulada en el viejo libro del Levítico con estas palabras: «Sed santos como yo, el Señor vuestro Dios, soy Santo» (Lev. 19,2).
Los judíos entendían esta santidad como una «separación de lo impuro». Esta manera de entender la «imitación de Dios» generó en Israel una sociedad discriminatoria y excluyente donde se honraba a los puros y se menospreciaba a los impuros y pecadores, se valoraba a los varones y se sospechaba de la pureza de las mujeres, se convivía con los sanos pero se huía de los leprosos.
En medio de esta sociedad, Jesús introduce un alternativa revolucionaria: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo» (Lc 6, 36). El primer rasgo de Dios es la compasión, no la santidad. Quien quiera ser como es Dios no tiene que vivir «separándose» de los impuros, sino amando a todos con amor compasivo.
Por eso, Jesús inició un estilo de vida nuevo, inspirado sólo en el amor. Tocaba a los leprosos, acogía a los pecadores, comía con publicanos y prostitutas. Su mesa estaba abierta a todos. Nadie quedaba excluido porque nadie está excluido del corazón compasivo de Dios.
No basta ser muy religioso sino ver a qué nos conduce la religión. No basta creer en Dios sino saber en qué Dios creemos. Él Dios compasivo en el que creyó Jesús no conduce nunca a actitudes excluyentes de desprecio, intolerancia o rechazo, sino que atrae hacia una vida de acogida y hospitalidad, de respeto y de perdón. No nos hemos de engañar. De Dios no se aprende a vivir de cualquier manera. Él sólo enseña a amar.
José Antonio Pagola