Jn 20,19-23
Evangelio:
«Al llegar la noche de aquel mismo día, primero de la semana, los discípulos estaban reunidos y tenían las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: “¡Paz a vosotros!”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús dijo de nuevo: “¡Paz a vosotros! Como el Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros”. Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar”.»
San Basilio Magno
Tratado del Espíritu Santo:
«Ante todo, ¿quién habiendo oído los nombre que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y o eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina?
Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de Verdad, que procede del Padre. Espíritu firme. Espíritu Generoso. Espíritu Santo es su nombre propio peculiar… Hacia Él se dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia Él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa y su soplo es para ellos a manera de riego que les ayuda en la consecución de su fin propio y natural. Capaz de perfeccionar a los otros, Él no tiene falta de nada… Él no crece por adiciones, sino que está constantemente en plenitud; sólido en sí mismo, está en todas partes. Él es fuente de santidad, Luz para la inteligencia; Él da a todo ser racional como una Luz para entender la verdad
Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la proporción de su fe. Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen de Él, pero Él permanece íntegro, a semejanza del rayo del sol, cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar… Por Él se elevan a lo alto los corazones; por su mano son conducidos los débiles; por Él los que caminan tras la virtud llegan a la perfección. Es Él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y, al comunicarse a ellos, los vuelve espirituales.»
San Agustín
La fiesta de Pentecostés
- a) EL ESPÍRITU SANTO, “VINO NUEVO”
“Decían los judíos: “Están embriagados y llenos de vino”. ¡Qué acusación tan necia y calumniosa! El ebrio no, solo no aprende ninguna lengua ajena, sino que incluso, pierde la propia. Sin embargo, por aquellos ignorantes hablaba la verdad, porque estaban llenos de vino nuevo y habían sido convertidos en nuevos odres. Eran los odres viejos que, se admiraban de los nuevos, y con sus calumnias no podían ser innovados, ni llenados” (cf. Serm. 266, 2: PL 38,1225).
- b) EL DON DE LENGUAS SÍMBOLO DE LA UNIDAD
- Comenzaba a ser universal
Reunida en una sola casa, recibió… la Iglesia el Espíritu Santo. Contaba unos pocos miembros, mas ya se hablaba en las lenguas de todo el orbe. He aquí lo que simbolizaba. Aquella diminuta Iglesia naciente que hablaba todos los idiomas, ¿no era figura inequívoca de la gran Iglesia de hoy, desde el oriente al ocaso ya difundida, que habla todas las lenguas? Ahora es el cumplimiento de aquella promesa (cf. Serm. 267,3: BAC, Obras de San Agustín, t. 7 p.457-459; PL 38,1231)
- Don de lenguas ayer y hoy
Aquel viento no hinchó, sino que alimentó; aquel fuego no quemó, sino que excitó. Se cumplió lo que mucho antes, se había profetizado: No hay discursos ni palabras cuya voz deje de oírse (Ps. 18,4). Para que después al iniciarse la predicación del Evangelio, se cumpliera lo que sigue: Su pregón sale por la tierra toda y sus palabras llegan a los confines del orbe de la tierra (Ps. 18,5). ¿Qué otra cosa profetizaba el Espíritu Santo… sino que todos habían de creer en el Evangelio, de forma que al principio cada uno de los fieles, y después la Iglesia entera, hablara todas las lenguas? ¿Qué dicen a esto los que no quieren incorporarse a la sociedad cristiana, que fructifica y crece por doquiera? ¿Pueden acaso negar que viene también ahora el Espíritu Santo sobre los cristianos? Pues ¿por qué no habla nadie las lenguas de todas las gentes (indicio de su venida de entonces), sino porque ahora se cumple lo que entonces se significaba? En aquella ocasión un solo fiel, hablaba todas las lenguas, y ahora la unidad de los fieles las habla también. Así, pues, también hoy son nuestras todas las lenguas, porque todos somos miembros del cuerpo que las posee” (cf. Serm. 269,1: PL 38,1234).
- La diversidad al servicio de la unidad
“Aquel viento, purificaba los corazones de la paja carnal; aquel fuego consumía el heno de la vieja concupiscencia; aquellas lenguas en las que hablaban, llenos del Espíritu Santo, simbolizaban la Iglesia futura… Porque así como después del diluvio la impiedad soberbia de lo hombres edificó contra el Señor una torre elevada, y se dividió el género humano en diversas lenguas para que cada raza tuviera la suya propia y no pudiera ser entendida por los demás, así la humilde piedad de los fieles puso la diversidad de sus lenguas al servicio de la unidad de la Iglesia, para que los elementos dispersos de la humanidad se aunasen como miembros de un mismo cuerpo en la cabeza, que es Cristo, y en la unidad de este santo cuerpo se inflamaran con el fuego del amor. Porque así como entonces, al recibir al Espíritu Santo, un solo hombre hablaba las lenguas de todos así ahora habla todas las lenguas la misma unidad a la que pertenecéis, y en la que recibís el Espíritu Santo”, (cf. Serm. 271: PL 38,1245).
- c) EL ESPÍRITU SANTO, ALMA DEL CUERPO MÍSTICO
- Diversas funciones, pero vida común
“Nadie, pues, interrogue cómo, habiendo recibido al Espíritu Santo, no recibió el don de lenguas. Si queréis poseer el Espíritu Santo, prestadme atención, hermanos míos. Decimos alma al espíritu que hace vivir al hombre y llámase alma al espíritu que a cada uno de los hombres da la vida, y bien sabéis el oficio del alma dentro del cuerpo: dar vida a todos los miembros. Ve por los ojos, oye por el oído, huele por el olfato, habla por la lengua, y por medio de los pies anda. Presente a todos los órganos, a la vez toda entera en todos, presta vida y función peculiar a cada uno. Ni oye el ojo, ni el oído habla, ni la lengua ve; todos, sin embargo, viven: el oído y la lengua. Las funciones son diversas, mas la vida es común. Así la Iglesia de Dios obra milagros por medio de algunos santos, por otros predica la verdad; es virgen en unos, en otros guarda la castidad conyugal; en éstos esto y en aquéllos aquello; cada uno tiene su don, su función específica, pero su vida es la misma. Lo que respecto al organismo humano es el alma, lo es el Espíritu Santo respecto al cuerpo de Cristo, la Iglesia; el Espíritu Santo hace en toda la Iglesia lo que hace el alma en todos los miembros de un mismo cuerpo. Ved ahora lo que debéis huir, observar o temer. Acontece a las veces amputar un miembro del cuerpo; digamos un pie, una mano, un dedo. ¿Sigue por acaso el alma en el miembro amputado? Integrando el cuerpo vivía; fuera del cuerpo muere. Tal un cristiano católico vive mientras permanece unido al cuerpo la Iglesia; en separándose del cuerpo, es hereje, miembro cortado y sin vida. Si, pues, queréis vivir del Espíritu Santo, guardad la caridad, amad la verdad, mantened la unidad para llegar a la vida perdurable” (cf. Serm. 267,4:BAC, t,7 p.459;PL 38,1231)
- A semejanza del cuerpo
“Contemplad nuestros miembros. El cuerpo está constituido de muchos, y una misma alma los alimenta a todos a través de la propia alma, por virtud de la cual existo yo como hombre, coordino todos mis miembros; les mando que se muevan, empleo los ojos para ver, los oídos para oír, la lengua para hablar, las manos para obrar, los pies para caminar. Los oficios de los miembros son diversos, pero un mismo espíritu los anima. Se mandan y se hacen muchas cosas, pero uno manda y a uno se le sirve. Pues lo que nuestra alma es para nuestros miembros, el Espíritu Santo lo es para el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Por eso el Apóstol, cuando habla del cuerpo, dice: Unum corpus. Mas yo te pregunto: ¿Vive este cuerpo? Vive. Y ¿quién unifica su vida? Un alma: Et unus spiritus. Observad, hermanos, nuestro cuerpo y compadeceos de los que se apartan de la Iglesia. Mientras vivimos y disfrutamos de salud cada uno de los miembros cumple su oficio si un miembro duele, todos los demás se compadecen porque están en el cuerpo pueden compadecerse, no pueden, en cambio, expirar. Pues ¿qué es expirar sino perder el espíritu? Ahora bien, si se arranca un miembro del cuerpo, ¿ acaso sigue en él el espíritu? Y, sin embargo, se reconoce qué miembro es: dedo, mano, brazo, oreja, etc. Continúan, sí, teniendo, la forma, pero no la vida. Así el hombre separado de la Iglesia. Buscas en él el bautismo, y lo encuentras. Buscas, la fe, y la hallas. Posee la forma. Pero, si no está alimentada por el espíritu, en vano nos gloriaremos de la forma (cf. Serm. 268,2: PL 38,1232).
Comentario:
«Lectura: “Tenían las puertas cerradas por miedo a los judíos”.
Meditación: Siempre que tenemos miedo, las puertas de nuestro corazón están cerradas. Se cierran a lo que nos produce pánico o inseguridad, pero también a lo bueno y sanador que podría llegarnos quién sabe de dónde. La confianza, por contrapartida, abre las puertas de nuestro corazón. En realidad, ésta es la única alternativa que tenemos y nos confrontamos a ella a cada minuto: o vivimos cerrados o abiertos, o confiamos en el mundo y en los otros o tenemos reservas y dudas. O pensamos que este universo es nuestra casa o somos extraños en tierra extranjera. Pero el creyente sabe que al término de esta vida no le espera el vacío o la nada, sino la casa del Padre.
Oración: Me regalas, Señor, el Espíritu Santo. Que no sea mayor mi cobardía que su fuerza.
Acción: Saluda hoy con una gran sonrisa a algún desconocido.» Pablo d´Ors