«El jueves santo, no habiendo obtenido permiso para pasar la noche entera junto al monumento, entré a media noche en mi celda. Apenas puse mi cabeza en la almohada sentí que una ola hirviente me subía hasta los labios. Pensé que iba a morir y mi corazón se llenó de alegría. Entre tanto, como ya había apagado mi lámpara, mortifique mi curiosidad hasta la mañana y dormí tranquilamente. A las cinco, dado el toque maitines, pensé en seguida, al despertar, que iba a saber algo feliz, y acercándome a la ventana lo confirmé al ver mi pañuelo lleno de sangre». —– ————- Santa Teresa de Lisieux
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